lunes, 25 de marzo de 2013

CUENTO

Animado por el cuarto vino de 3.50 adquirido en una tienda cerca a la av. Universitaria, caminaba trémulo y alegremente nostálgico por los pasillos azules de la facultad de Letras. El sunset doraba mi rostro y me "bajoneaba" con inútiles recuerdos, amores que no valen la pena nombrarlos ni mucho menos venerarlos. Después de deambular por el parque buscando con quien o quienes saciar mi sed de bebedor, encontré un grupo de universitarios entre ellos ingenuos cachimbos que celebraban el muere de la semana. Me uní a los mancebos y evalué la belleza de las niñas. Eran tiernas y dulces para mi, para mi deleite y el cuerpo. Luego de las presentaciones previas, cantamos diversas tonadas populares para terminar contando inverosímiles historias que, por divertirnos, aceptábamos por ciertas. La noche avanzada llegó, el trago corría y la hierba fumada estaba en su punto, ya para esto dos bellísimas chicas depositaron su confianza entera en mí debido a mis habilidades artísticas y al galanteo perverso. Dos horas después bastaron para que me encontrase en una habitación de 20 soles, con espejos, televisión, y a las dos chiquillas desnudas retorciéndose en mil húmedos deseos. Bebimos aún más y yo alimenté estas bellas flores para que abriesen de par en par sus rosáceos pétalos. Como buen podador y jardinero que soy, las regué y deshojé una por una, no sin antes habiendo llenado el cuarto con sudor y gritos. La danza fue macabra, el sexo, intenso, y la deliciosa experiencia de ensayar miles de posiciones y de probar nuevos sabores condujo a mis compañeras nocturnas a concertar otra velada de amor donde se repitiese el lúbrico ensueño. Yo acepté con gusto y lo repetimos así mil veces. Ahora, mientras escribo estas líneas, me encuentro otra vez con ellas echado en la cama, cogiendo y acariciando sus finos cabellos. Por fin puedo decir que he encontrado la inspiración, esa flama necesaria que necesitaban armonizar mis más penetrantes y oscuros versos.


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